El ciberespacio le ofrece un terreno muy fértil al delito y permite que por su intermedio se puedan ejercer prácticamente todos los tipos imaginables de violencia. A través del ciberespacio los perpetradores individuales y los grupos de violencia organizada -como el crimen organizado, el extremismo violento o el terrorismo- ejercen la violencia interpersonal, el delito contra la propiedad y la manipulación de activos; realizan actividades de los mercados informales e ilícitos; espían a clientes o usuarios y a simples ciudadanos de a pie.
Ocurre que el ciberespacio ofrece dos grandes ventajas para estas actividades: brinda cierto grado de anonimidad y pueden ejercerse a distancia, incluso en una jurisdicción ajena (se pueden cometer delitos desde otro país o continente). Detectar el origen de un ciberataque o un ciberdelito no es fácil, puede ser sumamente costoso y demandar mucho tiempo, con lo que gran parte de estos delitos quedan impunes.
Para quienes viven del delito la pandemia y las normas de confinamiento han convertido al ciberespacio como un territorio a explorar como alternativa de actuación. Pero también la violencia, especialmente la violencia interpersonal y las agresiones sexuales en el ciberespacio, se ha disparado con el confinamiento obligatorio.
Víctimas y perpetradores se han abocado a este único dominio que les quedó para “trabajar” sin salir de sus domicilios. Y lo han hecho intensamente: se han sumado en masa nuevos usuarios de los servicios que ofrece la red. Los niños y jóvenes estudian en red, las empresas trabajan en el ciberespacio, el comercio electrónico se quintuplicó..
Estos problemas de seguridad se pueden presentar aislados, combinados o en concurrencia y complementariedad con otros. Es imprescindible tomar conciencia de la importancia que tendrá la ciberseguridad en la post-pandemia. Según el FBI, los ciberdelitos se han cuadruplicado desde el inicio de la pandemia.